¿Cuántas
veces nos hemos sentido lastimados y heridos por alguien en lo más profundo de
nuestro ser? ¿Cuántas veces hemos llorado a causa de un dolor infringido por un
ser querido? ¿Cuántas veces hemos sentido rabia porque alguien ha dicho o hecho
algo que nos ha causado un inmenso dolor y sufrimiento? Tenemos bien presentes
estas palabras, estos acontecimientos, estas ofensas.
Nuestra
mente y corazón recuerdan con constancia lo sufrido, muchas veces hasta
cebarse. No importa si han transcurrido decenas de años “es como si hubiese
sido ayer”. Sin embargo, es posible que en
ningún momento nos hayamos detenido a pensar: “si yo me siento ofendido, los
otros también se pueden sentir igual que yo”. Lo cual significa que a lo mejor
nosotros de igual forma, seamos los causantes del sufrimiento de los demás y hallamos
infringido ofensas similares a aquellas de las que nos seguimos lamentando.
Estamos
a veces tan ocupados con los agravios que no ha profesado el prójimo, que
olvidamos que nosotros hemos golpeado posiblemente con los mismos látigos a los
otros. Hace unos pocos días escuché a una mujer decir que estaba lastimada con
un desprecio que un familiar le causó hace unos 25 años, no obstante, mientras
ella hablaba, vino a mi memoria un suceso que presencié tiempo atrás; donde
esta mujer le hacía un desprecio a la hija de la misma persona con la cual estaba
ofendida, hasta el punto de que esta hija lloró. Todo esto sucedió sin que la
causante ofreciera las deseadas disculpas, aquellas mismas que ella esperaba
desde hace 25 años (la victima varia a intimidadora, sin ser consciente de
ello). Precisamente esta escena vivida es la que me ha llevado a compartir esta
reflexión.
En
ningún momento estamos disculpando actuaciones crueles y monstruosas, pues no
vamos a negar una realidad, como que algunos seres humanos han venido a este
mundo a causar mal al prójimo. No, estamos hablando de personas comunes, seres que
estamos buscando sobrevivir, aprender y evolucionar. Tampoco se trata de
olvidar que nos han causado daño ya que entonces nos podríamos convertir en una
presa fácil para algún felino emocional y convertirnos en masoquistas; se trata
de perdonar y aprender a tener compasión por las personas que nos lastiman. Lo cual
no significa que les permitamos de nuevo lastimarnos (de ahí que es conveniente
recordar). Y en el caso de que seamos nosotros los felinos, es necesario que recapacitemos
y reparemos el daño causado (ponernos en los zapatos del otro). Si estamos en
consciencia y podemos llegar a sentir compasión por los demás, esto representará
que también la sentiremos para con nosotros y así podremos disolver las culpas,
que solo nos llevan al victimismo y al resentimiento. La capacidad de perdonar
es una virtud que nos permite el perdón propio, que es el que mayormente tortura
y por donde comienza el perdón hacia los demás: “nadie puede dar lo que no
tiene”.
Mientras
habitemos este mundo estamos expuestos a este tipo de situaciones, luego
recordemos que somos almas en aprendizaje, claro está que algunos han aprendido
a causar más ofensa y agravio que desagravio. De todas formas, la reflexión
busca que podamos virar hacia nosotros mismos y hacernos responsables de
nuestras emociones, sentimientos, pensamientos, palabras y acciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario