Las mujeres de generaciones predecesoras a la actual
tenían “la obligación” de ser madres, la mujer que no engendraba hijos era
incluso repudiada y marginada. Ni que decir de aquella fémina que se embarazaba
sin estar casada. Todavía, en nuestros tiempos, cuando el susodicho fenómeno se
presenta, algunas mujeres son manipuladas y sometidas a casarse. Las circunstancias
comentadas del pasado podrían al día de hoy equipararse con la necesidad de
laborar de ciertas mujeres y el obstáculo que representa un embarazo, tanto
para ellas como para su empleador (no existe la consciencia de la conciliación
laboral). Una deficiencia en el sistema laboral que promueve la postergación o
un escaso incentivo para que dichas mujeres deseen engendrar un hijo.
En el presente existen mujeres que asumen que su
realidad y su razón de ser pasa por no ser madres y niegan el derecho biológico
del cual son dotadas por su condición femenina. Son un grupo aún escaso en
nuestra sociedad y aunque por naturaleza toda mujer debería desear procrear, es
una postura respetable que ahorra hijos frustrados, vacíos y quizás enfermos a
la sociedad. Peor se encuentran aquellas mujeres que por imposición familiar,
social o conyugal admiten engendrar y levantar hijos sin desearlo, ni quererlo.
Estas son del tipo de madres y de sus hijos de los que trataremos a
continuación.
La mayoría de personas quieren creer que su madre
deseaba engendrarlos, que nacieran y criarlos, no obstante, los conflictos
emocionales, psicológicos y en algunos casos físicos, evidencian que la
realidad es diferente, los hijos indeseados y faltos de amor materno son más
frecuentes de lo que social e individualmente quisiéramos admitir.
Las circunstancias en las que un hijo es procreado
son bien diversas y las vicisitudes que la madre atraviesa resultan ser en
ciertas circunstancias traumáticas para que desee gestar un hijo. E incluso, necesitaríamos
reparar antes de la propia gestación, pues tal como expresa Bruce H Lipton[1] en
esta frase:
“(…) los
padres actúan como ingenieros genéticos con sus hijos durante los meses previos
a la concepción”.
Es una expresión que manifiesta que el estado inconsciente
de los padres determina el proyecto de concepción y las expectativas acerca de
su vástago. Por ejemplo, si la madre ha abortado o perdido a un hijo,
inconscientemente desea reemplazarlo o para el caso que estamos hablando, si la
madre tiene planes para conseguir un trabajo, ella lo que menos desea es un
embarazo.
El hijo indeseado desarrolla comportamientos y estados
inconscientes que posiblemente lo persigan por el resto de su vida. Pero, si
además, la madre ha intentado abortarlo sin éxito, el hijo llevará consigo el
sello del pánico constante a la muerte y para algunos, con tendencia a ostentar
estados de ansiedad, depresión e instinto suicida, entre otras secuelas.
La madre que no desea a su hijo es una mujer
“obligada” a asumir un papel que no anhela, sin embargo, algunas o muchas de
ellas, una vez que nace su hijo son capaces de despertar su espíritu materno y
empiezan a querer a su bebé. Una fortuna que beneficia el proceso de la vida de
dicho vástago, aunque será un hijo que buscará con constancia la aceptación y
aprobación de la madre. Siendo esta, una actitud que la extrapolará a las
representaciones simbólicas del arquetipo “madre”. Es decir, en relaciones de amistad,
laborales o sentimentales que asocie emocionalmente con su madre biológica.
Los vacíos de un hijo indeseado se pueden
profundizar hasta los abismos del desamor y la total desprotección, cuando la
madre reniega de su naturaleza y el espíritu materno sigue adormecido después
del nacimiento de su bebé. Se trata de madres marginadas del don de la
maternidad, discapacitadas para dar y recibir amor. Sobreprotegen de diversas
formas o asumen la actitud de negligencia con sus hijos.
La desnaturalizada madre es una mujer manipuladora y
controladora que busca amparar sus culpas por no desear y querer a su hijo.
Llegan a ser madres exigentes al máximo, que persiguen encajar a los hijos en el
molde ideal que conciben de hijo, para de esta manera, arrepentirse de no
haberlos deseado y conseguir quererlos. Dicha madre es crítica y severa en
especial con la hija mujer, con ella rivaliza y compite a medida que se hace
mayor, lo cual es el terreno abonado para que la hija desarrolle anorexia
o desórdenes alimenticios. La madre inconscientemente proyecta en la hija sus
frustraciones y quiere subsanarlas en la figura de su descendiente.
Otro tipo de comportamiento que puede asumir la
madre que no desea, ni quiere a sus hijos es el de una madre Sobreprotectora Santa[2] y
lo hace con dos tipos de conducta: absorbe de forma desenfrenada a sus hijos,
convirtiéndolos en sus apéndices o delega en ellos las funciones de madre,
invirtiendo el rol, es una mujer adulta-niña. Los hijos de la madre
Sobreprotectora Santa son personas que desde pequeños se enferman para llamar
la atención o sentir algo de afecto, inseguros, faltos de protección y amor
propio.
Cuando la madre no ha deseado, ni querido a sus
hijos los conmina a una existencia con profundos vacíos, incapaces de intimar,
buscan con obsesión la aprobación y su lugar en el mundo. Son hijos con
problemas de territorio, no se hayan en ningún lado, mantienen un miedo
constante a no encajar, se sienten inadecuados y con escaso sentido de
pertenencia. Adquieren un fenotipo proclive a enfermedades como: la anorexia,
la bulimia, la fibromialgia, hipertensión, sobrepeso, problemas renales,
juanete, lesiones de rodilla, infertilidad, alcoholismo, entre otros y también a
los accidentes, quiebras económicas, el fracaso sentimental y laboral.
Los hijos de estas madres son incapaces de
comprender que su: vacuidad, los constantes fracasos, la sensación de abandono
e incluso la enfermedad, proceden de ser indeseados y no amados por su
progenitora. Llegar a ser consciente de que la propia madre, aquella que ha amado
y necesitado “más que al aire”, la que ha sentido como su razón de ser y
existir, no lo haya deseado, querido y/o amado, es una verdad dolorosa y
difícil de asumir en cualquiera de los aspectos de donde se mire. Vivimos en
una sociedad que rinde culto a la madre e incluso veneración, donde se
da por sentado que todas las madres aman a sus hijos. Son escasas
las personas que admiten y cuestionan la realidad de que existen madres que no
aman a sus hijos y que la propia, es una de ellas.
Ser indeseado es diferente a no ser querido o amado,
como hemos visto en este escrito. El hijo no deseado, pero querido ostenta
menores secuelas que el hijo que presenta ambas. De todas formas, estas personas
requieren identificar y reconocer que su inconsciente manifiesta el vacío,
mediante la readaptación biológica a través de síntomas emocionales,
psicológicos o físicos. Siendo los mismos, la evidencia de que es un hijo no
amado, querido o no deseado por su madre.
Admitir es el primer paso y el comienzo de la
sanación. Liberar la emoción oculta que se ha enviado al último rincón del
inconsciente, es el segundo paso. El siguiente, pasa por comprender a la madre
para conseguir perdonarla y la liberación de su obligación de amarlo. El hijo
requiere desprenderse de la necesidad de que la madre lo ame como quiere. De
esta forma poder desapegarse y aceptar a su madre y a sí mismo tal como es.
Hacer consciencia es el agua que los áridos y
sedientos corazones de estos hijos necesitan para encausar su camino y
fertilizar hijos deseados, queridos y amados, pues no hay crueldad más
aberrante y repugnante que repetir la desgracia propia en nuestros
descendientes.
[1]
Bruce H. Lipton (n. 21 de octubre de 1944 (72 años), es un biólogo celular
estadounidense, conocido por su creencia de que los genes y el ADN pueden ser
manipulados por las creencias de una persona. Es autor del best seller La
biología de la creencia y profesor visitante en el New Zealand College of
Chiropractic.1.
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Luz Quiceno
Escritora
y Diplomada en Bioneuroemoción®
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